"Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo" (Nick Hornby, 'Fiebre en las Gradas')
Tenía cinco años cuando me enamoré de Universitario de Deportes. Una mañana de invierno, mi padre me había llevado al viejo estadio de la calle Zorritos: "Vas a jugar con los calichines de la U", me dijo. Tremenda fue mi decepción cuando el profesor Francisco Sabroso, luego de mirar mi partida de nacimiento y mi escuálida humanidad, le dijo al viejo:
"Tráigalo el próximo año, todavía está muy chico"
Reprimí las ganas de llorar y buscamos la salida por el portón que da a la calle Jorge Chávez. De pronto, nos cruzamos con un señor vestido en buzo guinda. "Él es Lolo", escuché, "el que le metió tres goles al Alianza el día de su despedida". Esperamos entonces a que se alejaran los que lo saludaban afectuosamente y le pedían autógrafos para acercarnos a él. El viejo cañonero me dio una mano mientras me pasaba la otra por la cabeza, luego de que mi padre le contara lo que había pasado con Sabroso. No entendí cómo alguien podía no querer ser hincha de Universitario.
BUSCANDO A MI VIEJO. Abril 1975, Universitario 3-Peñarol 2.
Unos meses antes de ser tocado por Lolo, yo ya quería ser hincha de la U. Unos tíos habían llegado al departamento donde vivía con mis padres en Magdalena, a unas pocas cuadras del mar y del Hospital Larco Herrera, una noche que Universitario jugaba en el Estadio Nacional contra Peñarol. El equipo se jugaba el pase a la semifinales de la Copa Libertadores y ellos tenían entradas para la Tribuna Norte.
No me queda claro si debido a mi edad o porque todavía no había demostrado particular interés en el fútbol, no me llevaron con ellos. Lo que sí recuerdo es mi sensación de abandono y desazón al ver que mi viejo se iba sin mí. En esas épocas, mi padre, profesor universitario, tenía tres trabajos y su presencia era esquiva en la casa. Por ese motivo, yo sentía que no lo conocía muy bien y atesoraba cualquier oportunidad de compartir una conversación con él.
La siguiente diapositiva en mi recuerdo muestra el estadio lleno en nuestro Zenith blanco y negro de 13 pulgadas, el fervor de la gente cantando el himno nacional y mi madre diciéndome: “Mira, ahí está tú papá”.
Yo entendí que mi viejo literalmente había aparecido en la televisión y no me despegué del receptor durante las dos horas que duró la transmisión, esperando que las cámaras mostraran su cara entre la masa de gente que había entrado al Nacional. En el proceso, vi cómo la U volteó un partido dramático con goles de Cuéllar, J. J. Oré y el uruguayo Techera y escuché a los comentaristas hablar sobre la ‘Garra Crema’.
Terminado el partido, esperé con ansias la llegada de mi padre del estadio. Me moría de ganas de contarle que yo también quería ser hincha de la U.
LA ALEGRÍA DE SER SUPERIORES. Febrero 1979, Universitario 6 - Alianza Lima 3.
Los años en los que me hice hincha de la U no fueron los mejores para el equipo. El rival de siempre tenía probablemente al mejor equipo de su historia con una volante que fue escogida como la mejor de la primera rueda en el mundial Argentina 78: Velásquez, Cueto y Cubillas. Con esos monstruos fueron bicampeones nacionales en el 77 y 78.
Mientras tanto, en Odriozola la gloria era cosa del pasado. Los nombres ilustres de Chumpitaz, Oblitas, Muñante, Percy Rojas o Bailetti habían sido reemplazados por otros que no podían pararse al lado de los aliancistas ni en un día de fiesta: Freddy Cañamero, el ‘Chivo’ Neyra, el ‘Huevo’ Adriazola, Percy Vílchez, Alejandro ‘Torito’ Luces…
No era extraño entonces que todos en mi barrio de Magdalena fueran hinchas de Alianza. Todos, menos Izamo y yo. Le decíamos ‘Chino’, pero Izamo era un nisei que a pesar de jugar con el virtuosismo del mejor aliancista, vociferaba a los cuatro vientos su lealtad por la camiseta crema. En esos pasajes oscuros para Universitario –que incluían una dolorosa goleada por 1-6 en 1977–, ambos tuvimos que soportar con estoicismo la burla y el bullying de la tiranía aliancista.
Era febrero de 1979, se jugaba en Matute un clásico por la Copa Libertadores y a los 5 minutos ya perdíamos con un autogol del Gato Cuéllar. Izamo y yo estábamos viendo el partido en la bodega de la esquina, y nos preparamos para la escena dolorosamente familiar de aliancistas saliendo de sus casas gritando el gol y burlándose de nosotros.
La pelota dentro del arco de Acasuzo me hizo temer lo peor, pero Izamo, el samurái crema, apretó los puños y dijo: “Falta mucho, somos la U, vamos a ganar carajo”. Ni Izamo con todo su optimismo podía sospechar que faltaban anotarse 8 goles en ese encuentro.
La certeza de que no podíamos perder llegó en el segundo tiempo, cuando con el marcador 3-2 a favor de nosotros, Jota Jota Oré clavó una volea en la portería de Gonzáles Ganoza con la rabia y ferocidad que solo puede despertar en un crema herido en su orgullo. Izamo y yo salimos de la bodega a gritarle a todo Magdalena el 4-2, pero la calle estaba vacía. Dos goles más de Neyra y Adriazola sellaron la inolvidable victoria por 6-3.
Los aliancistas de la cuadra parecían haberse escondido debajo de sus catres. Pero a los dos únicos hinchas de la U del barrio solo nos importaba que habíamos asistido a la confirmación de que no solo éramos diferentes, sino también superiores.
AMORES LEJANOS. Setiembre de 1992. Universitario 2 - Alianza Lima 0
Mi obsesión por Universitario durante mi niñez y adolescencia fue tal que puedo evocar, como Nick Hornby en el libro mencionado en el epígrafe, los sucesos más importantes de mi vida en esos años asociándolos con partidos y campeonatos jugados.
Recuerdo por ejemplo que en 1982 una crisis matrimonial obligó a mi madre a viajar a Estados Unidos por una temporada. Pero mi mayor preocupación la tarde en la que la despedimos en el aeropuerto estaba en el partido que jugaba la U con Cristal en el Nacional. Por la radio de regreso a casa escuché con estupor como luego de ir 2-0 arriba los del Rímac nos volteaban el partido. El 3-2 final llegó cortesía de un disparo inofensivo de 30 metros del Flaco Quesada que se le escapó al arquero Juan Carlos Jaime. Y cuando pienso en Julio de 1985, debo ser uno de los pocos a los que antes que Alan García ciñéndose la banda presidencial, se le viene a la cabeza la nefasta campaña en Copa Libertadores frente a los ecuatorianos Nacional y 9 de Octubre con Marcos Calderón en el banco.
En enero de 1988, como muchos otros jóvenes de esa infeliz época con sabor a leche ENCI, me fui a Estados Unidos y antes de partir, me fui a despedir de la U en Matute, en el primer clásico post tragedia aérea de Alianza. El partido fue un aburrido 0 a 0 donde la mejor ocasión de gol fue un sombrerito de Cochoy Rey Muñoz al chileno Huerta que pasó rozando el palo del arco Norte, donde yo estaba con algunos pioneros de la Barra Oriente.
Al salir del estadio, tomé la absurda decisión de caminar solo hacia la avenida México en vez de tomar Abtao hacia Grau como era la costumbre de los hinchas de la U. En ese entonces, exhibir una camiseta crema en las calles de La Victoria constituía una provocación que muchas veces era castigada con correteo y subsecuente golpiza. Yo confié en la tregua que parecía haberse firmado por unas semanas luego de la caída del Fokker, pero cometí el error de llevar mi vincha crema y rojo en la mano. Solo un buen samaritano que intercedió por mí me salvó de una jauría de hinchas rabiosos que salían de la Tribuna Sur dispuestos a quebrarme el cráneo.
Pasé cinco años fuera del Perú, pero cada cierto tiempo mi padre me hacía llegar recortes de las páginas deportivas. Así me enteré de que Fidel Suárez nos había dado el campeonato de 1987 anotando el único gol con el que vencimos en la definición a Alianza, o que en otra noche de la Libertadores, todo el equipo del archirrival había salido corriendo de la cancha para evitar una goleada inminente cuando se quedó con 8 jugadores.
Los periódicos gringos jamás traían noticias de fútbol y el internet era todavía un asunto de ciencia ficción, así que si sabía que se jugaba un partido importante, llamaba a Lima. Así, cuando me comuniqué el 13 de setiembre de 1992 para enterarme del resultado del clásico del día anterior en Matute, mi viejo salió al teléfono:
– Ya se que llamas por el clásico, pero, ¿viste que capturaron a Abimael Guzmán?
– Si vi las noticias… ¿Cuánto ganamos? ¿De quién fueron los goles? –respondí.
Por eso, cada vez que veo las imágenes de archivo del Cachetón con su traje rayado y Ketín Vidal sermoneándolo, no puedo evitar pensar en los goles de Letelier y Barco esa tarde de setiembre de 1992.
Continuar leyendo:
Segunda Parte: TIEMPOS VIOLENTOS. Octubre de 1993, Universitario 1 - Alianza Lima 0 / Noviembre de 1995, Universitario 2 - Cristal 0
Tercera Parte: DE VUELTA A CASA. Diciembre del 2009, Universitario 1 - Alianza Lima 0 / Diciembre del 2014, Universitario 3 - Garcilaso 0