10 de Octubre de 1993. Alianza Lima 0 - Universitario 1
Regresé a Lima del extranjero en 1993 con un cartón de bachiller en una especialidad para la que no había ninguna demanda en el mercado laboral y para la que, además, no tenía mucha vocación. Sin saber qué hacer con mi vida, me matriculé en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, jugando con la peregrina idea de que podía ser abogado.
La única certeza de esos años era que lo único que sabía hacer bien era ser hincha de la U, así que retomé mi compulsión adolescente de seguir al equipo sin importar dónde ni cuándo jugara. Al lado de un grupo de amigos de la universidad, muchos de los cuales son ahora respetables abogados de esta ciudad, nos juntábamos todos los domingos en la parte alta de la Tribuna Norte para alentar al Universitario de Baroni, Martínez, Nunes, el Puma y otros, que dirigía Sergio Markarián.
Durante mis años fuera del país, se había producido una revolución en las tribunas. Se había fundado la Trinchera Norte y las épocas en que había que esconder la camiseta para salir de los estadios visitantes era cosa del pasado. Más bien, eran los rivales los que se escondían de la hinchada de la U.
Me encontré con esa nueva realidad una tarde de octubre de 1993. La U iba segundo, a dos puntos de Alianza, y se jugaba un clásico en Matute que decidía la suerte del campeonato. Seguí las instrucciones del Flaco Rafo, un amigo de infancia, de encontrarnos en la explanada norte del Estadio Nacional al mediodía, para ir caminando con toda la hinchada hacía La Victoria. Pero llegó la hora pactada, y sin señas de vida del Flaco, vi como unos 2 mil fanáticos se iban cantando y desafiando a quien se les cruzara en el camino por la Avenida Bausate y Mesa hacia el estadio de Alianza.
Unos minutos después, se reunieron unos cincuenta barristas más y a pesar de ser un reducido contingente, también decidieron emprender la caminata con el mismo rumbo. Yo los seguí, pues este grupo tenía al frente a unos tipos con toda la confianza del que sabe lo que está haciendo. Luego descubriría que en la tribuna se hacían llamar ‘Foreman’, ‘Curay’, 'Godzuki' y ‘Misterio’. Y descubriría la gravedad de la incursión cuando el que iba adelante mío, un barrista que ahora es jefe de prensa de Universitario, nos dijo a los que veníamos atrás:
“¡Por si acaso, aquí nadie corre, mierdas!”.
Esa tarde ganamos 1-0 con gol de Ronald Baroni –ese peruano con pinta de argentino que tenía su propia canción: ‘Se fue de casa de muy chiquito/pero a su patria ya regresó/ese peruano se llama Ronald/ese es Baroni con sus goles, sí señor” – y la sensación que me dejó fue no solo de superioridad en la cancha, si no también de que en las calles y en las tribunas solo existía Universitario.
Con el conocimiento de que jamás sería abogado, la Popular Norte se convirtió en mi refugio predilecto, y en mi calendario no figuraban las fechas de los exámenes sino la de los viajes a provincias de la U. En un lapso de tres años, viajamos a Chimbote, Arequipa, Chiclayo, Huánuco, Sullana y Cerro de Pasco siguiendo al equipo en autobuses fletados por la barra. Y es que durante la primera mitad de los noventa, la Trinchera Norte era a la cultura de tribuna peruana, lo que los Sex Pistols al rock. Claro, con la diferencia de que en lugar del Marquee de Londres, nuestro escenario eran las calles de tierra regadas con aguas servidas, como las aledañas al decrépito Manuel Gómez Arellano de Chimbote.
18 de Noviembre de 1995. Universitario 2 - Cristal 0
Hay muchas postales para recordar esa época: la invasión de la cancha cuando ganamos el título del 92 en el Lolo, ese gol de Baroni en Matute el 93 o el derechazo de Roberto Martínez que cruzó un bosque de piernas aliancistas en la definición del pase a la Libertadores del 96. Pero yo prefiero quedarme con el gol de Alex Rossi a Cristal en un partido en el que no se decidía nada en noviembre del 95.
Ese año para la U había sido una montaña rusa: Con el regreso de Markarián y un equipo muy joven empezamos de líderes, hasta que Alianza decidió devolvernos el 6-3 del 79 en una tarde en Matute que todos preferiríamos olvidar. Victorias y derrotas se sucedieron y ya se daba por descontado que Cristal sería el campeón del año.
En lo personal, mi tabla de victorias y derrotas tampoco tenía un saldo favorable. A la incertidumbre vocacional, se había sumado el final de la primera relación sentimental importante de mi vida. Esa tarde, frente al Cristal que jugó el mejor fútbol de la década en el Perú, ganábamos 1 a 0 apretando los dientes y con un hombre menos por la enésima expulsión del Puma Carranza. Agazapado en las gradas al lado de la torre del Estadio Nacional, me aferraba a esa victoria insignificante como lo único que tenía sentido en mi vida desordenada.
En el video de mi memoria, todas las camisetas cremas están en su propia área esperando un córner a falta de pocos minutos para el final. Tras un rechazo defensivo, la pelota le quedó a Alex Rossi, un delantero brasileño al que ahora se le recuerda con más simpatía de la que entonces se le prodigaba desde la tribuna. Para llegar al arquero Balerio, Rossi solo tenía que vencer a un hombre: el 'Camello' Jorge Soto.
El problema era que los dos estaban a 80 metros del arco, así que durante la interminable carrera en la lucha por el control del balón, me dio tiempo para hipotecar el resto de mi vida con promesas, a cambio de que esa pelota entrara al arco y termináramos por liquidar al petulante Cristal de Oblitas.
Y entró. Fue la primera y única vez que llegué desde lo más alto de la tribuna hasta el alambrado. En el camino hacia abajo, jalando cuellos y camisetas de desconocidos, mi grito de gol era, más que de júbilo, de alivio y descarga por que al fin y al cabo, algo sí funcionaba y no me fallaba en la vida.
Ese singular desborde popular de Universitario en los noventas se desvirtuó muy rápido porque venía con la careta de la delincuencia. Como yo, hubo miles de jóvenes que seguían al equipo y participaban activamente en la hinchada pero que nunca tiraron una piedra en las calles. Estoy seguro que somos la mayoría, y que, más que broncas o enfrentamientos absurdos, lo que nos queda intacto en la memoria son esos momentos en los que estábamos dispuestos a hipotecar la vida por un gol de la U.
En la tercera y última parte:
Yo quería ser hincha de Universitario (Primera Parte)